Te conocí, unos jeans, converse y playera blanca, me viste, y con cada charla me presentaste a una persona dentro de mí que no sabía que existía y que no quiero dejar de conocer, quería que esa persona se quedara por siempre, hasta que te fuiste.
Te abrí las puertas de todo lo que tenía y una mañana después de quitarme lo único que me quedaba, convenciéndome de que el amor el algo pasajero que no tiene valor, me besaste, me reclamaste tuya y te fuiste.
Te volví a ver unos años después con tu nueva pareja, pero tú siendo el mismo de siempre, sentí como poco a poco se formaba un nudo en la garganta, me alejé con lágrimas en los ojos y mi corazón roto.
A la mañana siguiente me marcaste excusando tu nuevo juguete y pidiéndome que fuéramos solo amigos, y eso fuimos.
Tus conquistas iban y venían y a todas les decías lo mismo: que el amor es pasajero, instantáneo que te hace parecer un tonto.
Y entonces sucedió, mi yo desenterrado y roto conoció a otro plato roto, él me entendía, me comprendía, me respetaba y me amaba.
Fui a tu departamento a contarte ilusa de ver alegría en tus ojos por mi, pero al contrario te enojaste, me gritaste y te alejaste, cuando me dejaste sola, confundida e indefensa comprendí tu concepto de amor por mi: Tú no me amabas y te odiabas a ti mismo por no hacerlo, por ser culpable de necesitarme, de saber que sólo te faltaba mi cuerpo para tenerme por completo.
Me fui de allí llorando, desesperada y enojada por no ser lo suficientemente perfecta para tí por que yo si te amaba y te necesitaba, a tu risa, tus ojos, tus juegos... te necesitaba a tí.
Todo esto lo descubrí cuando te fuiste, sin decir más agarraste tus cosas y desapareciste.
Te fuiste y te llevaste una parte de mi contigo.
Mi plato roto aprendió a querer sus comisuras ¿por qué tu no lo hiciste? y creo que nunca te quise más que ahora que te fuiste.
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